La generosidad de “Mientefuerte”, el Rey Mago de Quecedo

 

Melchor Ruiz de Huidobro y Fernández, apodado “Mientefuerte” según confiesa y reivindica su biznieto Juanra Seco, era un comerciante que vendía vino al por menor en su casa de Quecedo, situada entre el callejón de La Hoyuela y la calle de La Revilla. Este hombre tenía por costumbre regalar una “perrilla” (5 céntimos) a cualquier niño del pueblo que fuera a visitarle el día de Reyes, que además era el día de su cumpleaños.

Un año, hacia 1926, Isabelita se encontraba excepcionalmente en Quecedo con sus abuelos pasando el invierno (hecho que no volvió a repetirse hasta 1936). Su prima Paula, hija de Ciriaco Garmilla, le propuso en la mañana del día de Reyes ir a casa de Melchor para felicitarle y cobrar la famosa perrilla. Las dos niñas eran más o menos de la misma edad y tendrían entonces unos 5 o 6 años. No ha olvidado Isabel lo que les costó llegar hasta allí, pues hacía un frío terrible y la helada había dejado el suelo como una pista de patinaje. Las dos intrépidas criaturas salieron de la casa de Ciriaco, que estaba junto al arroyo Marimata, y, buscando el camino más corto, se dirigieron por La Hoyuela hacia la casa de “Mientefuerte”.

 

El largo callejón de La Hoyuela no era más que un sendero estrechísimo y siempre húmedo junto a una agüera que bajaba desde la fuente de arriba hasta La Revilla. [Recuerdo yo lo difícil que era caminar por allí sin romper el botijo contra las tapias que había a los lados, cuando mi abuelo me mandaba a por agua a la fuente de arriba, la de su barrio natal, que según él daba un agua mucho mejor que la de la fuente de abajo.] Me cuenta Isabel que su prima y ella hicieron todo el camino cayéndose a cada paso y dándose golpes contra las piedras de las tapias a causa de los inevitables patinazos sobre el hielo, pero no se plantearon ni por un momento dar media vuelta y renunciar a la perrilla, que para ellas era una fortuna. Llegaron al fin enteras, aunque con más cardenales que un concilio, y, tras felicitar a Melchor por su cumpleaños, consiguieron el ansiado regalo de Reyes.

Si las lenguas malintencionadas osaron decir alguna vez que el vinatero medía mal los cuartillos o echaba agua al vino y lo negaba mintiendo más que Judas, si por eso le pusieron de mote “Mientefuerte”, no podrían sin embargo ignorar su generosidad con los niños. Y lo cierto es que Isabelita, una niña que recibió en una ocasión su perrilla, nunca olvidaría la ilusión que le hizo el regalo de Melchor, aunque desde aquella helada mañana de Reyes hayan pasado casi noventa años.

 

 

Mertxe García Garmilla